De maestro a Maestro

Pese a que le abundaban en el aula hombres curtidos, en aquellas jornadas parecía profesor del arcoiris: alumnos adultos de todos los colores (incluidos muchos negros de clarísima nobleza) le escuchaban en las noches de los jueves en el aulita de Nueva York adonde llegaba después de dar a otros sus clases de Gramática Española.

Lo bello insólito era que aquellas lecciones de libros y vida, de las más exquisitas a que pueda aspirar recibir cualquier ser humano interesado en crecer, eran absolutamente gratuitas: el hombre cuya palabra se empinaba encima de su frente no solo (se) enseñaba en cada velada: (se) regalaba también.

De ese modo fue que hizo en extremo afortunados a huérfanos de fortuna. Era lógico entonces que justo a la entrada de la Sociedad La Liga una placa remarcara una divisa: Razón.

Letra a gesto, en la Liga creció, de la semilla de un hombre, el fruto de un nombre: el Maestro.