No quiero hacer lo que el respetado barbero que en Cayo Hueso le ofreció un día quitarle aquellas cuatro o cinco canas primerizas que creía lástima dejar en tan buen pelo.
Martí, que también le declinó olorosa colonia, le dijo que no: además de no pesarle, aquellas hebras blancas jamás aumentarían porque el destino no les permitiría nuevas compañeras.
Yo voy a hacer lo contrario del fígaro que pelaba como cosa común la más preciada cabeza que (se) haya dado Cuba: voy a guiar con estos índices buscadores una tijera de filo diferente, que siembre y multiplique aquellos cuatro o cinco canales de sagrada luz.
Una tijera cuyo corte alargue, en vez de tajar, el hilo que otros esperan que ella corte. Y en lugar de Colonia, voy a ofrecerle a mi cliente aromas de Patria que él no querrá soslayar.
En fin, quiero un José canoso. Quiero un Martí barbudo y también viejo. Uno que, siendo Pepe, provoque en todos el amoroso lugar común: ¡es el vivo retrato de Mariano! Pero lo quiero así, vivo no solo en la metáfora. O al menos lo sueño más durable.