Duele
escribirlo, pero no pocos cubanos huyen despavoridamente de José Martí. No en
la palabra, que a menudo consigue disfrazarlos, sino en los hechos, ese fiel
autorretrato de cada uno. Se alejan un paso de la órbita limpia del Apóstol y
muy pronto pierden brújula y gravedad en la andadura moral de esta centuria.
Martí
no les conviene. Ese hombre de ropa escasa, de comida frugal, de hondo calado, de
cero tienda y tanta alma es un adversario formidable de los esclavos de las
marcas y los cultores de lo superfluo que han crecido también aquí, en las
márgenes del proyecto cubano, y que a la sombra de unos cuantos billetes pretenden
acaparar los beneficios de un proceso que pertenece a todos los cubanos.
Porque
junto al pueblo que lucha pulcramente —y que con justicia recibe la mayor parte
de las miradas de la prensa— han proliferado vanidades, egoísmos, ambiciones…
que se erigen en negación frontal del ideario del héroe de Dos Ríos.