Fotografía del hombre taciturno

José Francisco pudo lo que ningún fotógrafo:
retratarle una sonrisa a su padre




No tenemos derecho a sorprendernos: él mismo, en una dedicatoria a Doña Leonor, refirió su “espíritu sombrío”. Tal vez por eso a José Martí le sentaran tan bien el blanco y el negro con todos sus lutos incluidos. Era la suya la proyección de un niño oscuro, de un hombre gris, pese a que dentro llevaba más que el arco iris.

Aún nos contempla desde sus fotografías, hechas para que él nos vea y no al revés, como suele creer la mayoría de los mortales. Desde el infante de adulta mirada que a los 9 años posó con una medalla al pecho —como si ello no fuera redundancia—, una secuencia de grises oscuramente claros arman su iconografía con el color que mejor la define: el del sacrificio.