En la estación de Buenavista se inició un largo itinerario de abrazos |
No me oculto entre letras; hoy quiero proclamar mi pública envidia. Le envidio esa coincidencia que lo llevó a nacer otro 28 de enero, el de 1838, aunque en cuna mexicana. Le envidio, entonces, los cumpleaños al unísono, pese a que siempre faltara al dúo un dónde qué cuándo con qué celebrar. Le envidio esa cercanía que comenzó a cosecharse nada menos que por la áspera orilla de Don Mariano. Le envidio su hombro de socorrer, que encontró tumba a la hermana muerta del amigo aún desconocido.
Le envidio la espera animada, junto al valenciano, del tren de Veracruz, el 10 de febrero de 1875, que trajo a aquel jovencito tan lleno de patria que no parecía tener 15 años menos. Le envidio ese abrazo, primero sin último, cuando Mariano diría: “Pepe, este es Manuel Mercado”, y pronunciaría un buen viceversa.
Le envidio los empleos conseguidos al cubano irrepetible y las recomendaciones que, a la corta, terminaban recomendando al recomendador. Le envidio a morirme que fuera él quien, a la vista de Carmen, le respondiera a José Julián la pregunta que abrió muy dulces tormentos: “¿Quién es esa joven...?”. Y, por supuesto, le envidio que el 20 de diciembre de 1887 fuera testigo de aquella boda cubana que justo en su hogar celebró su civil ceremonia.
Por envidioso, hasta envidio los largos años de separación de los dos hombres que produjeron cartas como las que no he recibido y no alcanzo a escribir. Las 141 esquelas de Pepe a Manuel abrieron al mundo un mapa del alma compleja y completa de José Martí y pintaron con tintes irrepetidos el rostro escondido del gran mexicano.
“Mi hermano muy querido, el más querido...” le escribió un día de abril de 1885 el cubano despertándome, un siglo después, envidias insomnes.
Martí le quería con ternura y agradecimiento, con respeto, que son las únicas maneras en que se debe querer. Todo eso tuvo este mexicano modesto, que no cejó en su sencillez aun cuando ocupara importantes cargos de gobierno.
“Usted, a la escondida, salva honras, ampara caídos...”, le susurró el cubano en unas letras a las que no renuncio. Es pura envidia, si la hubiere, nada más. Definitivamente, en días en que releo una carta inconclusa que quiero para mí, yo sueño simplemente con cambiar el nombre del destinatario.
Precioso!!!, y bueno, ya somos dos, me sumo a esa fantástica envidia, esa que no quema, esa que solo hace amarnos más, cada día y a todas horas...
ResponderEliminarYo tampoco me oculto entre letras, y tengo un privilegio aún mayor que el suyo, y es el de poder decírcelo a la persona que tanto adimiro, poder decirte que yo también sueño con cambiarle el nombre a tus artículos.
Es una suerte leerte... gracias, el beso de siempre.
¿Verdad, Melissa, que uno enmudece ante amistades como las de Pepe y Manuel? Te invito a tejer una que se acerque. Un beso.
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