No quiero hacer lo que el respetado barbero que en Cayo Hueso le ofreció un día quitarle aquellas cuatro o cinco canas primerizas que creía lástima dejar en tan buen pelo.
Martí, que también le declinó olorosa colonia, le dijo que no: además de no pesarle, aquellas hebras blancas jamás aumentarían porque el destino no les permitiría nuevas compañeras.
Yo voy a hacer lo contrario del fígaro que pelaba como cosa común la más preciada cabeza que (se) haya dado Cuba: voy a guiar con estos índices buscadores una tijera de filo diferente, que siembre y multiplique aquellos cuatro o cinco canales de sagrada luz.
Una tijera cuyo corte alargue, en vez de tajar, el hilo que otros esperan que ella corte. Y en lugar de Colonia, voy a ofrecerle a mi cliente aromas de Patria que él no querrá soslayar.
En fin, quiero un José canoso. Quiero un Martí barbudo y también viejo. Uno que, siendo Pepe, provoque en todos el amoroso lugar común: ¡es el vivo retrato de Mariano! Pero lo quiero así, vivo no solo en la metáfora. O al menos lo sueño más durable.
Por grande que resulte la grandeza, no me conformo con Dos Ríos como tampoco haría con Tres, o Cuatro, o Mil corrientes. No hay ríos que llenen los torrentes blanquísimos que, en cuatro cinco, corrían entre esas sienes con derecho sobrado a hacerse centenarias.
Ya sé que estaba al tanto. Y fue muy claro. Y siempre dijo que la muerte estaba sentada a sus umbrales. Ya sé que en una clase extrema de formalidad nos avisó, apenas un rato antes de irse, que sabía desaparecer. Mas qué he de hacer, si soy tan solo un mambí terco que sueña todavía otro final para la guardia protectora de Ángel de la Guardia.
Soy uno que espera leer la carta en que le cuente a María Mantilla cómo fue esa primera batalla suya en que con Gómez y con Masó venciera a Ximénez de Sandoval. Soy otro que quiere enterarse de su avance al poniente, levantando soles en aquella mambisada. Y aspiro a verle acompañar, con voz de General y caricia de padre, a su José Francisco en el campo de batalla.
No, no voy a preguntar-exclamar en un lamento ¡¿qué has hecho, Maestro?! Toda Cuba conoce lo que has hecho y en pleno lo agradece, mas eso no impide que, a cada rato, tu muerte temprana no quepa en muchas mentes.
Yo, por ejemplo, sueño a menudo que son más caudalosos y largos los cuatro o cinco ríos de humana plenitud en lo alto de tu frente, y también imagino más demorados el par de orientales Ríos de tu muerte.
Como hiciera un pintor con sus pinceles, les ordeno a mis letras retratarte sin poses como anciano José, cual abuelo Martí, vivo más allá de la guerra que la garra que viste nos robara sin honra a poco de tu caída apurada entre un dagame y un fustete.¿Que hubieras sufrido? ¿Quién no sabe que fuiste siempre un gran sufridor? ¡Pero qué manera de alumbrar pueblos tenían las heridas de tu suerte!
Vengan canas, entonces; lleguen años ahora que ganamos el sueño; cortemos con tijeras de tiempo su escaso pelo negro (¿tal vez cuatro o cinco oscuros vellos?), que el longevo Martí, el patriarca adorable que vive en mil predios, va a contarnos a sus plenos 159 los secretos de eterna juventud que en Cayo Hueso, por pura modestia, no reveló a su barbero.
Genial Mila!!! un día te pediré prestada tu pluma y las canas de Martí. Un besi.
ResponderEliminarBueno, Melissa, al menos mi pluma es tuya. Un beso.
EliminarMuy buena crónica, me saco el sombrero ante su pluma, soy de las que quiero a un Martí mortal con o sin canas, asi que me declaro de su bando, mire, cuando hable con él por favor pídale que no nos abandone otra vez y que tome las riendas de este potro verde y libre.
ResponderEliminarMadeline, no lo dude; le daré su recado que no por casualidad es también mi pedido. Mientras lo veo, también quiero darle a usted mis gracias por compartir la vocación martiana que nos debe salvar de cualquier mal. Un saludo.
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