Fotografía del hombre taciturno

José Francisco pudo lo que ningún fotógrafo:
retratarle una sonrisa a su padre




No tenemos derecho a sorprendernos: él mismo, en una dedicatoria a Doña Leonor, refirió su “espíritu sombrío”. Tal vez por eso a José Martí le sentaran tan bien el blanco y el negro con todos sus lutos incluidos. Era la suya la proyección de un niño oscuro, de un hombre gris, pese a que dentro llevaba más que el arco iris.

Aún nos contempla desde sus fotografías, hechas para que él nos vea y no al revés, como suele creer la mayoría de los mortales. Desde el infante de adulta mirada que a los 9 años posó con una medalla al pecho —como si ello no fuera redundancia—, una secuencia de grises oscuramente claros arman su iconografía con el color que mejor la define: el del sacrificio.


Más que caprichos del tiempo o escalones de la ciencia, son las razones humanas: Pepe Martí nunca se hubiera fotografiado en colores. De hacerlo, su cuerpo y su rostro se saldrían de la imagen, inconformes con cualquier alarde de luz frente a su Cuba en pena. El saco oscuro, el anillo hecho con los hierros del grillete mordiéndole, más que rodeando, su dedo, la patria como novia secuestrada y lejos, demasiado lejos, las personas que más amaba… no, nadie hubiera podido fotografiarle los colores a este hombre.

Una docena de fotógrafos en Cuba, Jamaica, Estados Unidos, México y España se enfrentaron al rostro taciturno. “Por favor, señor Martí…”, “Por aquí, Delegado…”, “Esta mano así, Don José…”. Apenas le sacaron, en 1879, una sonrisa, gracias, claro está, al cromático amor que le despertaba el Ismaelillo. Reiteradamente les negó, nos negó, su perfil, acostumbrado como estaba a buscar la luz de frente y a vivir de cara al sol.

Muchos quisiéramos ser un anónimo tabaquero, un conspirador sin nombre en alguna de las fotografías en que aparece el Maestro. No importa que ese hombre, aun en la multitud, parezca solo, cavilador perenne y hasta ausente. Como llega a la tierra la luz de ciertas estrellas extinguidas, aquel vivo Martí se había marchado, adelantado a todo y a todos, de los lugares donde aún permanecía. Si no pudieron quienes no pudieron, ¿cómo iba un retrato a retenerlo?  

Es verdad, las fotos martianas dejan siempre con ganas. Comenzaron tardíamente, se extraviaron en disímiles combates del azar y acabaron muy temprano, sólo un flashazo de meses antes de que se apagara su vida. Es difícil creer que tras aquella con el joven Manuel Mantilla, en enero de 1895, nuestro Martí no se mostrara más.

Cuesta aceptarlo a pesar de su aviso casi un año antes, en mayo de 1894. Mientras posaba para una instantánea junto a su amigo Fermín Valdés Domínguez, éste le sugirió tomarse esa foto en los campos de Cuba y Pepe, simplemente, se asomó al futuro para responderle, respondernos, de nuevo en blanco y negro: “No. Allá vamos a morir”.

4 comentarios:

  1. Especial invitación la tuya para hacernos una foto con Pepe. Siempre había pensado que Martí no era de este mundo hasta un buen día, hace como un lustro, cuando lo descubrí en su casa natal justo en una fotografía con obreros de Tampa. Estaba allí revelándoseme en carne y hueso como lo que sigue siendo: el epicentro de la infinitud.

    ResponderEliminar
  2. Bonita manera de presentarnos al Pepe de todos porque hasta quienes nos odian han hecho de él su propia interpretación, pero cada uno de sus secretos sigue siendo la razón de muchos, desde pequeños comenzamos a oir hablar de él, crecemos y envejecemos hablando de él, entonces para los sucesores de la familia. Tu página vuela en el recuerdo, en la vida, en los sentimientos, en las aspiraciones... de todos los hombres.

    ResponderEliminar
  3. Gracias, Yanetsy, por alentar estas páginas. Si cada día él se nos revela a un nuevo cubano, estaríamos ganando la batalla del futuro, que no es para nada menor a la suya.

    ResponderEliminar
  4. Mabel, yo creo que sus secretos están en nosotros mismos. Él fue el gran científico que buscó las raíces de este pueblo y el mejor biógrafo para explicarlas.

    ResponderEliminar