¿Inconclusa?

No se confía a cualquiera el bien mayor que se posee. Como todo testamento, la carta comenzó a gestarse mucho antes, aun cuando no tenía letras: inició un día de febrero de 1875 en que el joven Martí bajó del tren de Veracruz, en Ciudad México, y en la estación de Buenavista le esperaba su padre junto a un hombre, llamado Manuel, que compartía el luto marcado en el hombro de Mariano por la muerte de Ana, la hermana queridísima del recién llegado. Allí nació la confianza para escribir abrazos.

La carta inconclusa, escrita la noche del sábado 18 de mayo de 1895, no solo sintetiza un patrimonio político que todavía nos enriquece como nación; también resume 20 años de amistad ejemplar expresada en al menos 141 misivas enviadas por el cubano infinito a Manuel Mercado, un mexicano en cuya virtud personal halló Martí alma poco común y valiosa como la suya.

No fue casual que a la hora de plasmar en concisa profundidad su pensamiento político, cercana una muerte de filiación hispana que acechaba a Dos Ríos como a todos los campamentos mambises, Martí optara por escribirle a Mercado. La manera en que siempre le saludó en sus esquelas retratan su identidad para el Apóstol: hermano queridísimo, mi hermano mejor, mi hermano silencioso... solía llamarle, y alguna vez llegó a decirle “mi hermano muy querido, el más querido”.

Las cartas avivaron los fuegos de un afecto que venció las pruebas de larga separación, cuando Martí dejó México, hasta el breve reencuentro físico en 1894. La distancia no haría mella en sus afectos: una vez le confió al fraterno mexicano: “...usted tiene derecho a saber todo lo mío...” y en jornadas amargas no vaciló en contarle al amigo acerca de esa “rosa de fuego” que le quemaba el costado izquierdo.

Encontrada en un bolsillo de la chaqueta de Martí cuando en Dos Ríos los soldados españoles registraron su cadáver, la misiva del 18 de mayo de 1895 corrió destino diferente al resto de las enviadas a Manuel Mercado, que fueron atesoradas por este y luego por sus hijos hasta que uno de estos, Alfonso, diera a conocer 129 de ellas en 1946 que serían publicadas por la Universidad Nacional Autónoma de México. La inconclusa había visto la luz primero porque el capitán español Enrique Ubieta, que se hizo de ella tras la caída del Apóstol, la publicó en el periódico El Fígaro en 1909.

Esta carta tiene vida propia como para inspirar muchas cartas. Es fácil imaginar a Martí, bajo molestísima plaga de mosquitos, aguzando sus ojos, lastimados en las canteras de la infancia, para guiar camino al papel, entre pobrísima luz, las palabras que marcarían la senda de una nación. Nunca se escribió tanto en la manigua: en aquellos días lluviosos solía verse al Delegado sentado en su hamaca, anotando ideas, mientras varios escribientes mambises reproducían por indicación suya órdenes, instrucciones, documentos...

Las marchas severas, a pie y a caballo, por espinas, alturas y matojales a lo largo de casi 400 kilómetros habían irritado la vieja dolencia inguinal de Martí e hicieron muy dolorosos sus últimos días, pero aun así nadie le escuchó quejarse y tuvo fuerzas para escribir y cargar. En su última misiva a Mercado, él se ocupó de dejar asentada tal voluntad: inmediatamente después del saludo y la plasmación de las ternuras y de exponer su disposición para con el deber, acotó que tenía ánimos con que realizarlo.

“Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso”, afirmó en la que quizás sea la más condensada autobiografía de un hombre que amó la vida (“Esto es muerte o vida, y no cabe errar”), que se declaró apto para desaparecer porque sabía que ya su pensamiento era perdurable, pero que no dejó de escribir el verbo hacer en futuro: “haré”.

La carta es todo Martí: independentista, antimperialista, antianexionista, latinoamericanista, antirracista... Igual que el Maestro, ella ubica la independencia de Cuba como valladar para las ambiciones de Estados Unidos sobre Nuestra América y denuncia la bajeza política de una España dispuesta a ceder la Isla al naciente imperio antes que devolverla a sus hijos verdaderos. Como Martí, la misiva es bella en su manera de nombrar incluso las cosas graves.

¿Cuánto más se hubiera plasmado si no hubiese llegado al campamento el General Masó, con 300 jinetes cansados, y Martí detuviera su escritura? ¿Cuál sería su cierre si el gran manzanillero hubiese arribado tan solo una hora más tarde, o dos...? Nadie lo sabe, mas no por eso creo inconclusa la escritura.

Es cierto que aguijonean las preguntas. Luego de hablarle al amigo sobre Cuba, España, Estados Unidos, sobre Nuestra América y sus peligros, Martí se dispone a abrirse más: “Y ahora, puesto delante lo de interés público, le hablaré de mí...” Escribe un párrafo inusualmente corto y esta frase final: “Hay afectos de tan delicada honestidad, “.

Pese a lo concluyente que fue, a la carta le apareció desde temprano un apellido: inconclusa. Pero a veces los contenidos desmienten la apariencia de las cosas: una carta de amigo que termine nombrando honestidad, ¿estará realmente inconclusa tan solo porque no llegó a la despedida? ¿Quién está seguro de que la misiva no llegó a su destinatario y quién dice que el diálogo se detuvo? Este epistolario es un puente de afectos que no ha cesado de enlazar a dos hombres especiales. Ellos son dos ríos invencibles, con más caudal que el Cauto y el Contramaestre juntos, y de nuevo, vísperas de un gran combate, vuelven a conversar. Cada sábado, cada mayo 18, en algún sitio de las cumbres de esta América martiana José le ratifica a Manuel: “Ya estoy todos los días...”

2 comentarios:

  1. por eso yo trato de no dejarte ningún post, ni ninguna carta, inconclusa. “Ya estoy todos los días...”

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  2. Leydi: Tienes razón: "inconclusa" no es palabra que quepa entre nosotros. Aunque los abrazos siempre tengan nuevas ediciones.

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