Ayer me dieron un premio. Yo sabía que mis letras no eran para tanto pero, obligado por el protocolo, la cortesía y el agradecimiento, fui a recogerlo como si lo mereciera. En el parque Martí se apareció mi hijo Daniel, confundido esa mañana con cualquier espigado colega de la prensa.
Pasaron por el acto niños, poemas, menciones martianas, estampas de Patria, el periódico que el cubano infinito fundó “para juntar y amar”. ¡Casi nada, Martí… escribías juntar y amar así, naturalmente, cual si no estuvieras persuadido de que esa era, como es, la misión que define nuestra especie!
Una colega leyó un ramo de palabras sobre mí. Duele el elogio público, duele que a uno le alaben en su cara, inconsultamente, pero tuve que oír callado, sin protestar, por aquello del protocolo, la cortesía y el agradecimiento.
Terminó el acto y mis colegas decidieron escribir un aplauso sin punto. Lo soporté a pie firme, contando cada segundo cual si fuera un desactivador del equipo anti explosivo. Aplacé mis naturales ansias de desaparecer. Por fin regresó el silencio, bendito mutismo que secó el sudor frío que Daniel y yo sufrimos en trances semejantes.
Entonces llegaron los besos. Jamás fui promiscuo hasta esta vez: nunca di tantos en tan poco tiempo. Nunca coseché racimos similares (incluso guardé alguno que otro para épocas malas). También desembarcaron manos cuyos dueños no siempre puede identificar. Cesaron los saludos y llovieron relámpagos de fotos. No las he visto todavía porque tengo el secreto temor de que, revisándolas, pase de nuevo el aprieto de que me reconozcan externamente cosas de las que internamente desconfío. Pero bueno, ya mencioné mi silente acatamiento del protocolo…
Al final me fui a casa con un diploma hermoso, en blanco marco, que me habla de Cuba libre y del ejército libertador; me fui con una estatuilla de José Martí con un niño en brazos y un dedo que apunta a una altitud moral difícil pero alcanzable. Me fui con el mismo dinero que tenía, que es ninguno.
Con tales símbolos en una esquina de mi escaparate he pensado mucho. Martí no escapa de mi cabeza, él lo sabe desde siempre (vive allí otra especie de presidio político, porque le encadené en libertad por sus ideas), pero de ayer a hoy lo que más me ha ocupado ha sido el largo aplauso con que fue masacrado mi anhelo de pasar inadvertido.
Resulta que llevo años buscando un camino, deshojando margaritas periodísticas con la pregunta correspondiente, y en una mañana inesperada más de uno ha zafado un pétalo con su abrazo sugiriendo que es cierto que me quiere.
Querido enriquito....Muy merecido PREMIO hermano del alma y de la vida. Con Martí nos ocurren muchas cosas a los cubanos que amamos tanto a Cuba. Porque está como en esas cosas cotidianas que hacen inmensa la experiencia de vivir y que valen mucho más que el dinero que no tenías. Te quiero y sigue liberando a Martí de su presidio con estas crónicas hermosas. Un abrazo y nos vemos en agosto.
ResponderEliminarGracias, Lima. Tu comentario es otro premio. He pensado mucho en ustedes porque quiero que Venezuela esté bien y, que en ella, ustedes sean felices. Claro, ojalá nos veamos en agosto. Saludo a Xeres y a los niños. Cuídense. Un abrazo.
ResponderEliminarmuy buen articulo
ResponderEliminarPues gracias a usted por apreciarlo.
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