Una
interpretación limitada cercena a menudo el concepto martiano de la
unidad: con la intención de convocar a los jóvenes a las mil y una
tareas de la Revolución, se les suele llamar “los pinos nuevos”
―así, con el artículo de una presunta exclusividad― dejando a
un lado, cual si fuera hojarasca seca, a todo cubano al que le hayan
mermado ciertos vigores meramente físicos.
Martí,
quien murió en plena juventud ―aunque sus definitivos 42 años no
clasificarían en el esquema actual que, al menos en Cuba, parece
fijar la valla del “límite” en los 35― veía la idea de pinos
nuevos como una nueva oleada por la independencia en la que se
integraban, gota a gota, los padres, los nietos y los abuelos. Martí
era un hombre de todas las edades y desde esa cualidad él, que desde
adolescente reconocía una especie de halo de vejez en torno suyo,
nos dejó en su pensamiento, su escritura y sobre todo en sus actos,
las mayores pruebas de una identidad permanentemente inquieta,
creativa y juvenil, aunque tatuara su estela con la gravedad de su
causa y la seriedad de su amor.
Naturalmente,
en esa obra insuperable de juntar ―en la cual se incluyen los
enlaces patrióticos que sostenemos hoy― ocupaban un lugar
relevante, junto a los oficiales y soldados de la Guerra Grande, los
imberbes luchadores que buscaban la oportunidad de encarnar, en los
campos de Cuba, anécdotas similares a aquellas gloriosas que de
muchachos, antes del sueño, sus madres les contaban al calor de la
cama. Eran los piñones de la renovación, pero ahora no puede
obviarse, como no debía entonces, que aquel tierno verdor se
asentaba en recias raíces y troncos de todos los grosores.
Nótese
que el 27 de noviembre de 1891, cuando rendía homenaje en el Liceo
Cubano de Tampa a los ocho estudiantes de Medicina que veinte años
atrás habían subido sonriendo “...al heroísmo ejemplar”, el
orador incomparable tenía 38 años, casi 39. Cubanos de varias
generaciones le escuchaban desde la concordancia con un proyecto
renovador que se erguía por sobre los errores, los tropiezos y aun
el infortunio. Un día antes, en la misma ciudad, el discurso Con
todos y para el bien de todos anticiparía
luces sobre el asunto del “pinar”: la clave no estaba en la
generación específica sino en la general disposición patriótica.
Era una renovación del espíritu, más que de hombres.
El
Apóstol veneró la vejez con una dulzura solo comparable con la
pasión que empleó para alentar a la juventud. “Cuando habla un
joven, el alma recuerda dónde se enciende su vigor. Cuando habla un
anciano, el alma descansa, confía, espera, sonreiría si tuviera
labios, y parece que se dilata en paz”, decía este permanente
Maestro de juventudes.
Todo
lo anterior tiene que ver con el presente, con estos días complejos
en que Martí no está físicamente, pero su discurso se ha
multiplicado... pero su ejemplo debe seguirse mucho más. La energía
y perdurabilidad del proceso que construimos no deben buscarse en los
arrestos fisiológicos sino en la sumatoria de todos los arrestos.
Martí entendió como nadie que la Historia no se levanta
fragmentando hombres y, para suerte nuestra, como nadie nos lo
explicó.
Cuba
tiene dentro un Pinar del Río, pero ese es el más pequeño: en sí
misma, Cuba es un gran pinar en el mar. La barrera que ha protegido a
esta Isla de los malos vientos de la dominación imperial ha
funcionado eficazmente porque incluye, entrelazados, troncos, ramas,
raíces y bejucos de disímil condición.
José
Martí, el hombre que cayó un domingo de mayo en carga heroica
acompañado por el joven Ángel de la Guardia, decía con su razón
de siempre: “Y a fe que mientras hay que guerrear, en la guerra
deben estar todos los jóvenes”. Es momento de guerra, ¿alguien lo
ignora? Y en martianísima contienda, junto con los valiosos
muchachos de hoy, hay que reparar en que muy pocos parecieron más
jóvenes que Cintio; en que contados emulan las brillantes neuronas
de Pedro Pablo Rodríguez, Fernando Pérez, Carlos Alberto Cremata, Hart y la Pogolotti; en que no muchos
alcanzan en sus plumas el filoso compromiso de Luis Sexto, José
Alejandro Rodríguez y José Aurelio Paz. Y en que no hay joven más
joven que Fidel.
Todos
ellos pasaron los 60, algunos con holgura; todos exigen a los jóvenes
porque confían en ellos y porque conocen la enseñanza apostólica
del pinar: Martí, siendo Martí, se cuidó de emplear el artículo
cercenador. Martí cerró su gran discurso exclamando: “¡Eso somos
nosotros: pinos nuevos!” (y no “los pinos nuevos”), porque dejó
abierta la tierra a todo el cubano que quisiera sembrarse en bien de
la patria. Con la mayor humildad del mundo, el Apóstol nos dio la
oportunidad de acompañarle.
Me gustó el artículo, está escrito con palabra secillas, realmente muchos cubanos conocemos muy poco de Martí nos parece algo tan lejano pero la realidad es que su pensamiento está tan vivo como en aquellos tiempos, no podemos darnos sólo el lujo de criticar sin criticarnos primero a nosotros mismos los erores que cometemos
ResponderEliminarGracias, Eduardo. Es cierto que hay mucho por conocer de este gran hombre. Nos hace una falta inmensa a todos. Sigue estando en su ejemplo la clave de la unidad de los cubanos.
Eliminar“Cuando habla un joven, el alma recuerda dónde se enciende su vigor. Cuando habla un anciano, el alma descansa, confía, espera, sonreiría si tuviera labios, y parece que se dilata en paz” Solo él...
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