Una casa entre ríos

Por allí comenzó el combate de Dos Ríos. Él llegó de madrugada, despertando almas desde el primer minuto que le dieron en la tierra, premiando con gritos el embarazo de Leonor, y con sólo nacer determinó que esa casa, más sencilla que los versos que después escribiría, sería la Casa más venerada de su Isla.
 
Una parte importante de Cuba se alumbraba en el cuartico: el primer hijo de la pareja, el único varón, nacía en el primer mes de 1853, en la planta más cercana al cielo de aquel hogar cuya fachada tenía una marca de extrema vecindad con los años que viviría: el número 41.
 
Debajo residía Juan Martín y Navarro, primo de Mariano y cuñado de Leonor. La huella en la casa de esta pareja familiar parece perderse en el tiempo a pesar de su doméstico tránsito y de que sus hijos serían compañeros de juegos de José Julián: aunque el niño vivió allí sólo tres años, su luz, esa claridad sin par que aún ilumina un largo mapa, eclipsó para siempre todos los nombres que ella cobijó.
 
La casa de la antigua calle de San Francisco de Paula fue construida alrededor de 1810. Mariano y Leonor alquilaron el piso de los altos sobre 1852 y se mudaron de allí en 1856 para no volver más como pareja; ella sí, ella regresaría al final de su vida, acompañada de varios nietos, para marcharse definitivamente de este mundo desde el mismo lugar por donde el mundo recibiera a su adorado Pepe.   
 
Aun en esos paréntesis, la Historia de Cuba solía pasar, a beber y a nutrirse, por aquel hogar de elocuentes silencios. El 28 de enero de 1899, en ocasión del primer gran homenaje público en Cuba al Maestro, los emigrados de Cayo Hueso colocaron la tarja que aún nos dice en mármol blanco por qué esa casita habanera es la primera cuna de todos los cubanos. Ese día, hablando del hijo, Leonor comentó a los presentes su propia grandeza: les señaló el lugar exacto donde 46 años atrás había parido una estrella creyendo que era un bebé.
 
Todo es emoción: 28 de enero de 1899
Los emigrados trajeron sus propias armas para el recuerdo: Francisco Calderón llegó con la bandera que Martí usó en la delegación del Partido Revolucionario Cubano en Tampa y otro Francisco —María González— sentía en sus dedos de taquígrafo el cosquilleo de aquellos discursos del orador que él salvó para nosotros. Fermín Valdés Domínguez, Enrique Loynaz del Castillo y Juan Gualberto Gómez asistieron con la gravedad del patriota y la sencillez del amigo. ¡Qué día aquel! Leonor, su hija Leonor Petrona, Carmen Zayas-Bazán y el joven José Francisco todavía nos susurran, desde fotos, pasajes de su emoción.
 
La casa encanecía. De los primeros pasos del niño al deceso de la madre que murió extrañando al héroe, la historia del inmueble estuvo llena de zozobras: de nuevo comprada, otra vez vendida... era el ciclo inexplicable hasta que en julio de 1900 el respeto de los emigrados de Cayo Hueso y la iniciativa del matrimonio de Juan García Martí y María Gutiérrez Febles se creó la Asociación por Martí.
 
Los seguidores tomaron dos caminos para homenajear al héroe: el más evidente era rescatar el inmueble y dedicarlo a su memoria; el más íntimo era cumplir el perenne desvelo de Martí: proteger a Leonor, que sin marido, con hijas hembras que caían como lágrimas, sin su hijo varón y sin gobierno que la amparase, estaba en frágil situación. Los patriotas no veían mejor sitio para que ella pasase el resto de su vida.
 
Apenas a cuatro meses de constituida, esta agrupación de buenos cubanos, respaldada por martianos de toda procedencia, disponía de los 3 000 duros oro que las monjas dominicas de la Congregación de Santa Catalina de Sena, propietarias desde 1891, pedían por la casa, y de una cifra menor para ayudar a Leonor, que regresó a su antiguo hogar luego de que en diciembre de 1901, ante el notario público de La Habana, se legalizó la operación de compaventa.
 
No hacen falta libros para enterarse: sería muy duro para aquella recia madre canario-habanera volver allí sin su firme Mariano, sin  seis de dulces hijas —tres de las cuales acababan de morir en 1900— y sobre todo sin ese Pepe amado, único en todo, que aún después de caído le mandaba un mensaje para que retornara a casa. Y Leonor retornó.
 
Sólo en 1918, once años después del fallecimiento de Doña Leonor, la Casa Natal de su hijo fue declarada propiedad del pueblo de Cuba. En 1924 la Asamblea de Representantes del Pueblo Cubano acordó que se cumpliera finalmente su destino de museo, biblioteca y galería de imágenes del Héroe.
 
Estos grilletes nos atan
El Museo abrió sus puertas otro 28 de enero, el de 1925, con más recuerdos que objetos. Mucho después, cuando Martí cumplió cien años entre nosotros, visitó su casa, todo mujer, una idolatrada niña: María Mantilla, para donar los grilletes que Pepe llevó en presidio, esos mismos hierros que nos atan a sus días y que marcan de continuo nuestras metas.
 
¿Hechos? ¡Muchos! El polvo caído no fue una metáfora en sus paredes. En 1963 fue reabierto como Casa Natal de José Martí y a inicios de los '80 se inauguró en un inmueble aledaño una biblioteca que, con el nombre de Fermín, semeja el abrazo incesante entre aquellos amigos.
 
Son abundantes las estaciones de la cubanía: entre dolores y orgullos, Santa Ifigenia nos obliga a detenernos y admirar. Pero todo empezó allí, en esa casa habanera donde Mariano y Leonor, haciendo español amor, dieron el Amor a Cuba.
 
El tiempo cambió las marcas en la fachada. El número 41 fue creciendo: se hizo 102... ahora es el 314; la calle de Paula, que ya había perdido de su nombre el San Francisco, se llama Leonor Pérez; los transeúntes se renuevan... sin embargo no cambia lo sencillo inabarcable: con un café hecho con sus manos suaves, José Martí nos espera en casa, ese lugar de sobria calidez en el que aquella lejana madrugada de enero un niño comenzó a pelear entre las bravas corrientes de Dos Ríos.  

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