La otra Virgen

Esa tarde aprovechó el impulso del caballo Baconao y subió a galope los trece cielos mayas con la idea de hallarla. Pese a que el nombre sugiriera lo contrario, dejó plantado abajo nada menos que a un Ángel de la Guard(i)a que ya no le serviría, porque se aprestaba a un combate demasiado personal.
 
Cuentan que sin sacudirse el polvo de Dios Ríos preguntó cómo se llegaba hasta ella y, tras no pocas confusiones, algún alma dadivosa le indicó el sendero entre nubes hasta aquella imagen digna de estatuas.
 
―Yo busco a María -susurraba discreto, casi disculpándose.
 
―¡Claro, la Virgen...! -decían en seguida y él, con modestia soberbia, respondía que sí pero no, no era esa la suya...
 
―Mi María es tan bella, y tan santa, como aquella, mas es otra -arengaba a la sombra de un ala el poeta enamorado, subido en una nube que servía de improvisada tribuna a la que ya le llovían los aplausos.
 
En la tierra retumbaba todavía un babélico diálogo de metales pero él no lo escuchaba. A esa hora, el Apóstol caído tenía la misión de impedir que ella se le escapara, viva de amor, de la muerte. El maestro de ternuras se centraba en vivir en el Cielo su oportunidad imposible con la Niña de Guatemala.